jueves, 11 de diciembre de 2008

Ante la presencia (2/1/04)

“Lo más difícil cuando te pasan esas cosas es aceptar que caes.” Desconocido charlando con desconocida (para mi) por una calle de Buenos Aires, en la tarde de un 1º de enero de 2004.
Habría que mirarme tropezar por las calles en ese momento en que siento que la vida me pone en situación de víctima, y entonces sorprenderme a mí mismo como un mal caminante, nada más que como un mal caminante...
Cada vez que estamos ante la presencia de un término figurativo de un suceso, promovemos en nuestra interpretación de las cosas un nuevo antecedente. Esta manera enciclopedista de darnos cuenta del mundo que nos atraviesa está determinada por un signo bien preciso: la aprobación. Buscamos rápidamente en ese pasado que nos hace ser, la prueba de nuestra redundancia constituyente, la garantía de que las cosas se mueven como esperamos que se muevan, aún sus sorpresas, aún sus derivas.
El mar se traslada, esto es algo que no podemos decir. Sin embargo el barco toma la forma temporal de este universo, eso si podemos decir. Entonces, la capacidad innata que tenemos de maritimizarnos en un barco se ve positivisada, se encuentra en regocijo, nuestro entendimiento se ve satisfecho.
La momia se mueve como las pirámides. Esto lo podemos decir y creemos que estamos frente a una analogía plausible, entera de sentido, vista desde un más acá trascendente y fluido que nos hace acomodar mejor en nuestros sillones ontológicos.
La puesta en escena podría ser hasta ahora claramente dibujada: tomamos el lápiz y trazamos coherentemente un sillón, una momia sentada en él y, cubriéndolos del caos, como si fuera su casa, una pirámide.
Y en la aprobación anida el cansancio. En esta técnica se encuentra escondido más adelante, el agotamiento.
Siempre me he movido desde la precisa necesidad de las brumas. Siempre he atisbado la enorme capacidad del arte de nombrar torpemente la mejor y más contundentemente borrosa precisión, la precisión de la sensación, que nace del sinsentido. Buscando la imagen más precisa siempre, me he hundido en las atmósferas de la “visión”, sin saberlo las más de las veces, sin darme cuenta, las más de las veces, de que los recorridos emprendidos en cada caso eran nada más que la dificultosa acechanza de lo verdadero que por supuesto nunca está a la vista. Potencia de lo verdadero al fin, no estar a la vista, ser la no imagen del más apropiado dibujo, el del vacío, el del tiempo, el de los espacios blancos y vacíos.
Oímos estúpidas reconciliaciones con la antigüedad, tenemos que leer (las mejor de las veces), frases y relatos atiborrados de saberes, saberes escondidos, saberes vanguardizados paradójicamente por la sabiduría “original” de los templos y las comarcas de los tantos señores de los tantos anillos. Después llega Hollywood y les da la razón. Perdón por esta especie de desvarío pero buscamos la modesta precisión de lo que aumenta la potencia de nuestros enunciados, o sea la precisión que se encuentra más allá y más acá de la “sociedad del espectáculo”.
" A medida que la necesidad resulta socialmente soñada, el sueño se hace necesario. El espectáculo es la pesadilla de la sociedad moderna encadenada que, en última instancia, no expresa sino su deseo de dormir. El espectáculo es el guardián de este sueño." La sociedad del espectáculo (fragmento) Guy Debord.
Cansada la momia de que la confundan con la pirámide pegó un grito atroz, sabía que el momento en que la descubrieran sería el mejor...
La noche es la guardiana del sueño, por eso no debemos soñar sino vivir la noche y partir de allí, de esta posibilidad, no sé, tal vez observar la presencia ante la que nos pone la embriaguez ..., como la presencia ante la que se encuentra el mal caminante que nunca lo es por no saber el camino. No hablamos del esclavo ni queremos hablar por él –espíritu de Spinoza no me lo permitas-, caídas y elevaciones, oleajes y soles, entre los pliegues de tantas noches oscuras ... Cuando aparece Michaux la vida se abisma ya como una total y espumeante membrana, donde a su vez es y se hace el desfiladero y éste se vuelve ancho, siempre sinuoso por supuesto, un desfiladero de contorno empaquetante de otros contornos, un desfiladero cada vez más ancho, pero por naturaleza desfiladero, por suerte....
No asistí jamás a una nueva presencia que no sea de golpe deformante. Las transformaciones son circunstancias inconsistentes hasta que aparecen estas fuerzas, en un tiempo muerto y vertiginoso, un tiempo descarado y sin figuración, donde la forma desvanecida de la historia surge después como surge una isla de pronto en el medio del océano, una Moby Dick.

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