viernes, 19 de diciembre de 2008

Una anécdota sobre devenires revolucionarios y la presencia, escrita hoy 19/12/08

19 de diciembre de 2001. Mi hijo, Sebi, ya llevaba 7 meses y 18 días de nacido. Jamás había tenido una fiebre, ni siquiera mínima…

Esa noche, con su mamá íbamos al cumpleaños de su abuela materna. Nos esperaba una gran fiesta. Los 60 años de ella serían recibidos con bombos y platillos (y cosas que ni nos podíamos imaginar).
Yendo al cumpleaños en un remise, comenzamos a darnos cuenta que algo distinto estaba pasando en la calle ese día. Era el atardecer. Empezaban a aparecer grupos de gente en las esquinas, gomas quemadas y unas, hasta ahí, tímidas cacerolas percutidas con muchas ganas.
Sebi estaba muy tranquilo, el remisero no tanto, nosotros entre expectantes y asombrados por lo que veíamos.

Comenzó la fiesta. La gente iba llegando. Todo en el lugar estaba preparado de manera fastuosa y luciendo los mejores honores al motivo de la celebración. Los ruidos de la calle empezaban a oírse cada vez con mayor fuerza en el interior de la casa.
Nuestro bebé, empezaba a estar distinto a lo acostumbrado.

Ya de noche, el bebé estaba decididamente molesto con algo. No era una simple inquietud, no era un capricho de esos que uno no puede entender. Algo en él lo tenía incómodo, se lo sentía atravesado de un temblor contenido… y de pronto, su temperatura corporal empezó a elevarse considerablemente. Llantos. Más llantos. Insoportables. Imparables.
La mujer que siempre trabajó en la casa de los abuelos empezó a conjeturar: tiene mal de ojos. Por lo tanto ella debía hacer algo. Se retiró a un rincón donde nadie la viese y al parecer comenzó a realizar un rezo o algo así con el que nos aseguró que nos iba a ayudar a que nuestro hijo estuviera mejor. .. Pasó media hora, el llanto seguía. Al parecer el ritual anti mal de ojos no estaba dando los resultados esperados. (La fiebre duró más de 24 horas).

Pasó no más de una hora, la molestia de Sebi no paraba y nos fuimos. La razón estaba a la vista, el niño mal y nosotros sentíamos que no había ya motivos válidos para estar allí. Volvimos a nuestra casa… Y afuera, ya sabemos lo que había comenzado a suceder.

Gilles Deleuze dice que lo que importa son los devenires revolucionarios, que no importa el futuro o el pasado de la revolución, pues mientras creemos que ese es nuestro problema, los devenires revolucionarios están ocurriendo – y habría que tratar de verlos, oírlos, experimentarlos-. Esos devenires ocurren dentro y fuera de nosotros.

No tengo ninguna duda de que ese 19 y después el 20 de diciembre del 2001, fuimos atravesados por un devenir revolucionario. Hicimos un devenir revolucionario. La primera fiebre de mi hijo y el primer devenir revolucionario social-colectivo en el que estaba participando se presentaban de manera inexorable. Por un tiempo fuimos otro pueblo, o supimos lo que es cuando el otro es una figura colectiva e indiscutiblemente nada personal.

Tal vez los bebés tengan, como dice Deleuze, un cuerpo intensivo. Todos nacemos con él. Luego, en el devenir de la vida, lo perdemos, lo sujetamos, lo olvidamos, lo enterramos o cuando podemos, cuando queremos lo hacemos presente otra vez.
Un cuerpo intensivo capta las fuerzas que persisten incesantemente fuera de él, ya que la naturaleza de un cuerpo intensivo es poseer fuerzas que no hacen la diferencia entre lo interior y lo exterior. Fuezas a-personales y a-significantes. Fuerzas de lo que llamamos, la presencia. Su aptitud para capturar el afuera es inmanente, no conoce límites, y él y ella son tanto generadores como interceptores de esas fuerzas.

Un devenir intensivo no tiene punto de partida ni de llegada, él intercepta. Intercepta lo que en la vida se presenta como afirmación, como transmutación, como voluntad de poder.
Por eso, un devenir revolucionario no busca la toma del poder sino que afirma el poder del devenir, el poder de la voluntad que hay en todo devenir.

La presencia, en los devenires, es una operación, un acto. No hay presencia sin un cuerpo intensivo que la capte. Y no hay cuerpo intensivo sin una presencia que sea su canal por donde llegan las fuerzas y que es él mismo fuerza.

La presencia no es un origen, no está en un origen, no es la manera de llegar a un origen. Es siempre una zona de intensidad, que se la conoce porque actualiza y realiza una intensidad que o no sentíamos, o no existía aún. Su existencia es instantánea y al mismo tiempo no posee una duración predeterminada. Aquí lo instantáneo es sinónimo de fuera de un acto conciente. La presencia es casi lo mismo que la intuición tal vez, al menos son inseparables.
La presencia produce conciencia, a partir de una producción que comienza con las fuerzas inconcientes que habitan en cualquier plano de los universos que nos atraviesan constantemente. El universo de lo cotidiano, el universo laboral, el de las fiestas, el de los amantes, el de lo social, el de la naturaleza... En todos los universos se encuentra la presencia como la operación que logra poner en acto las fuerzas invisibles, impensables, inconcientes que insisten en todos ellos.

Entonces, tengo un monumento de sensación que me acompaña hace años. El monumento está compuesto por estas sensaciones –las que puedo nombrar al menos-: una fiebre que nada la puede parar, una fiesta inevitable e inolvidable que prácticamente jamás sucedió, un pueblo –el nuestro- movilizado hasta donde sus fuerzas lo exigieran –más allá de cualquier concepto cívico establecido-, un gobierno expulsado por este mismo pueblo irrefrenable, un devenir revolucionario.

Hoy algunos dicen, "no pasó nada. Siguen los mismo de antes manejando el poder". Y, digo yo, ¿qué quieren? Jamás una cacerola pidió el poder. Las cacerolas querían que los que estaban allí y ahora se vayan ya, y esos, se fueron… Después, el hormigueo siguió. Yo empecé con los talleres de filosofía y acá sigo. La madre de mi hijo no paró de bailar más en su vida, como nunca. Sebi ya tiene siete años y medio y sabe que tiene la responsabilidad y el honor de hacer lo que quiera.

"El devenir revolucionario ya fue, pasó" –eso dicen los caretas-. Nosotros sabemos que un devenir revolucionario siempre pasa, es un puro presente que no deja de pasar. Pasa y pasa y pasa. Esa es su vida, esa es su fuerza, siempre actual. Esa es su presencia.

1 comentario:

Pol dijo...

Es muy lindo lo que escribiste...es muy sanguineo