miércoles, 1 de octubre de 2008

20.440

En un abrir y cerrar de ojos el rap se llevaba su poca prestancia a quedarse sólo. Porque realmente no era algo que él atesorara ni defendiera mucho. Nada más que cuando no estaba muy tranquilo con los acontecimientos de su vida se tomaba las cosas de un modo más bien suicida. O sea, ganas de acabar con todo. Ganas de mirar hacia adentro del abismo y no dejar de mirar, no dejar de mirar nunca más, no dejar de mirar más... Pero entonces un nuevo suceso se lleva delante de él como si se tratara de un material perteneciente a otro. Nada original tal vez, pero así le pasaba esta vez. Otra vez. Calles. Pisadas tras sus pies y pisadas por delante sus pies. Guillotinas en los párpados que se cierran pidiendo cerrase más y no dejar de cerrar, y cerrarse para siempre en la noche de 20.440 horas. La primavera se había ido hace rato de sus labios. Laberinto. Capaz de todo. Una nuez abierta en el río de sus respiraciones, tragándose la tierra. Plantas de pantano que no conocerías su nombre. Un indio mahometano que se calla sus palabras porque dice –o sea, un día dijo estas últimas palabras y después no habló más-: las palabras son del blanco, nosotros somos el ruido de la humanidad. Y ahí entendí que el ruido es el nombre que le pondría yo a todo lo que no sería capaz de entender, por más que se utilice un superlenguaje de los que tenemos entre nosotros. Nada original esto del ruido. ¿Y qué?

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