miércoles, 1 de octubre de 2008

CANTAN LOS TRIBALISTAS, IMPRESIONES DE LA LIGEREZA

¿Qué pasa cuando cantan “Os Tribalistas”?
¿Qué pasa cuando la vida es carnavalizar y estamos esperando con felicidad que venga la visita, siempre?
¿Qué pasa cuando las voces tribales, antiguas de cantos redondos que se van elevando con la tierra que se quería hundir gaseosamente, son interpretadas de manera tan nueva y con ese carácter de lo genuino que da el suelo a lo que se le levanta por encima como otro gas, un vapor, un otro aire de las grietas que habitan quién sabe desde cuándo allí?

La música posee el don de desprenderse de la necesidad de la imagen. Este don es lo que al espíritu de Nietzsche le aseguraba que la música era el arte del futuro, pero sobre todo, el de un futuro en que arte y filosofía fueran indiscernibles. Un futuro en el que se pudieran decir cosas sin necesidad de explicarse con “otros”, los otros que siempre quieren saber, que les den razones y asienten axiomas para continuar seguros su camino, un camino que entonces pierde su fuerza de relatividad, de amaneceres rítmicos, de acontecer en cada flujo que le atraviesa. La música puede aligerar la tierra.
Cuando la música hace aligerar, levitar la tierra, ¿no logra lo que Nietzsche quería para la voluntad de la tierra? La tierra, la ligera. Tal vez el dicho popular ahora sea diferente: no es que hay música bella u horrible, no es que hay música buena o mala: hay música pesada o música ligera. Una música que hace aligerar la tierra o una que la hace hundir sobre su propio eje.
Una canción dice, “y aquél amor de música ligera”; como siempre, el amor deviene en música ligera y, justamente, arrastra a todas las potencias que pretenden hacer pesada tanto la música como el amor. ¿Es por amor, quizás, que aceptamos llevar esas cargas?. Es el único momento noble en que se presiente que esos “agregados de la vida” podrían ser arrojados hacia un nuevo sentido, que evidentemente ya se está gestando desde el momento en que sentimos que aquél amor es de música ligera.
Y tal vez, ¿sea primera la ligereza que el amor?

Evidentemente sentimos amor como parte de estar vivos. Y, por otra parte, la vida orgánica se presenta, parece que por empezar, desde la unión de dos elementos. Dos elementos genéticos se eligen entre varios posibles, casi iguales a simple vista microscópica, y que, dejados de lado, quedan separados para formar otros mundos, que jamás sabremos dónde se presentarán. Bueno. Si ese encuentro fuera por una voluntad de ligereza antes que por una necesidad utilitaria que elimina lo que no le “gusta”, tal vez tendríamos posibilidades de ser optimistas, al mismo tiempo que no deberíamos dejar de ser pesimistas en este desgarrado mundo. Tal vez, la utilidad, que crea su propio mundo de necesidades, sea la que produce tantos amores atrapados desde su nacimiento en máquinas mortuorias. Tal vez, si es la ligereza la primera, el devenir amoroso sea contagioso y múltiple de una vida que no puede explicarse por el organismo, aunque el organismo de fe de esa vida no-orgánica, amorosa. Tal vez la ligereza esconda, aunque sea una manera de decir que “esconde”, un conjunto más o menos estable de impresiones que enseguida son movimientos; un protoconjunto que necesariamente aumenta en sus términos o disminuye sin por eso afectar su carácter, su voluntad, solamente cambiando su naturaleza según el acontecimiento, según su devenir actual. Entonces...

Un manual de impresiones de la ligereza:

- La primera impresión de la ligereza es relativa y entonces es de un afecto que llevaría por nombre lo relativo. No por indefinición de su constitución sino, al contrario precisamente, por su potencia de multiplicidad inmanente y de variaciones sin interrupción posible. Lo ligero marca el camino y es el propio camino de lo relativo. Allí no hay trascendencias de un absoluto sino intensidades de una composición infinita entre las partes inseparables que la autoconstituyen.
- La segunda impresión podría ser la de la inocencia, que marca un afecto que se llamaría de inocencia virgen, inocencia a priori, infinita sin ser absoluta tampoco, capaz de desenvolverse continuamente en variabilidades siempre presentes y creativas de más inocencia y más inocencia a priori.
- La tercera impresión de la ligereza tal vez sea la de ser nomádica y dar por afecto al nómade, que se podría encargar de la composición de lo que todavía llamamos Ser. No podríamos evitar decir que la rareza de este nombre cotidiano para las cosas cotidianas nos da una sospecha tanto más extraña que la cotidianeidad que nos rodea. Una cotidianeidad que se presenta a modo de flujos que aceptamos e imponemos su permanencia, y que tal vez otros no reconozcan como tales en su ser permanentes.
- La cuarta impresión de la ligereza es ser humorística dando su afecto de humor, al alma y al cuerpo por igual. Como potencia humorística, revela la intercambiable importancia del cuerpo sobre el alma y el alma con el cuerpo, en relación a devenir productores de humor en su vida más común como más en sus acontecimientos más extraordinarios.
- La quinta impresión de la ligereza es tal vez la de ser selectiva, aunque esta impresión tal vez se encuentre en primer lugar compitiendo con la impresión de relativa, que la constituye también desde el principio. Y es que esta impresión que lleva por afecto junto a ella a la elección, ya conlleva consigo a la puesta en horizontal y plisado de todas las fuerzas que se encontrarán en su camino. Estas fuerzas que ya estaban allí se encontrarían con la elección que hace la ligereza en ellas y devendrían en voluntad de poder del deseo ligero que las puede envolver y potenciar en pos de sí misma para la actualización y creación de un nuevo sentido.

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